El apagón que dejó a España y Portugal a oscuras el lunes sacó a la luz algo que va mucho más allá de un incidente técnico. En apenas 5 segundos, el sistema eléctrico peninsular perdió 15 GW de generación y la red española quedó automáticamente aislada del resto de Europa.
Las escenas hablan por sí solas: trenes y subtes evacuados por túneles, calles desbordadas ante la caída de semáforos, supermercados y otros negocios que debieron cerrar por la caída de sus sistemas de pagos y de refrigeración y todo esto desconectados de familiares y/o amigos a quien acudir.
La energía más cara es la que no se tiene. Y esta semana esa frase tomó otro sentido.
Si bien las causas concretas de este incidente siguen bajo investigación lo que queda es la pregunta: ¿Cómo se redefine la planificación energética después de algo así? Europa viene marcando el ritmo en la transición hacia renovables, pero lo cierto es que este episodio obligó a encarar un debate incómodo sobre la baja inercia de sistemas con alta participación de fuentes intermitentes.
En este contexto, la conversación sobre almacenamiento y baterías sale definitivamente del plano teórico. El salto de las renovables en la matriz no puede avanzar sin infraestructura que absorba y balancee lo impredecible. Necesitamos mirar de frente las limitaciones actuales y acelerar el desarrollo de soluciones que permitan responder ante lo inesperado.
El verdadero desafío será que este tipo de incidentes no se quede en el registro del “lo que pasó”, sino que impulsen una agenda que avance hacia respuestas concretas.
El futuro energético exige anticiparse, pero también avanzar con decisión adoptando lo que funciona.